lunes, 22 de septiembre de 2008

Paseando por la calle

Cuando uno va paseando por la calle, mirando a la gente que te cruzas, siento una desazón bastante grande, ya que el panorama nos muestra una interminable serie de tipos raros, desequilibrados, desaliñados, desventurados en todas su facetas.

Solo superable, si te sientas en una terraza y empiezas a ver a todos los que te piden dinero, un abanico de vidas difíciles, por propia elección o por circunstancias diversas, que no me imaginaría sino hubiera visto los programas de entrevistas a raros que hay por las tardes, sino hubiera hecho la mili, sino hubiera ido al fútbol de pequeño con mi padre, sino entrara a tomar café a los bares de barrio que hay al lado de las oficinas donde he trabajado.

Tampoco me explicaría los sucesos que se ven en las noticias, sino hubiera paseado mirando a la gente por la calle, pero no obstante, mi desazón es creciente al pensar en todos esos personajes que pululan por el reino.

Mi desazón aumenta cuando veo a alguno de esos viandantes tan raritos a cargo de un servicio público, como representantes de un sindicato o en la cocina de un restaurante, siendo el más peligroso este último sin duda, los demás a fin de cuentas no valen para nada, para hacerte la puñeta un par de mañanas o para llevarse tus impuestos doblados en la cartera. También cuando el rarito o rarita es un agente de la autoridad, me pregunto si voy a estar lo suficiente lejos de ellos el día que se les cruce le cable definitivamente.

Otra cosa que observo en estos paseos, generalmente madrileños, aunque otras muchas, por cualquier sitio de España, es la cantidad de gente que va sin mirar, absortos en su vida o quizá absortos en sus pensamientos, y mi desazón es creciente cuando pienso que esta gente cogerá un coche y se conducirá de la misma manera.

Pensando en esta forma de actuar, a saber cómo realizan sus tareas cotidianas, si estarán en su casa manipulando el gas para cocinar o al mando de un avión, autobús o tren en el que voy a montar, o simplemente pasan por donde voy a pasar. Como la calle Marqués de Larios de Málaga, donde yo tantas veces he estado paseando o por el barrio del Carmelo de Barcelona, donde no he paseado nunca.

Me reconforta la vida, al final, al pensar, que no pasan casi cosas, como las que podrían pasar, que el azar tiene tantas posibilidades como probabilidades de que te toque algo, lo mejor, en estos casos, es estar muy atento a los que pasan, más que nada, para no sorprenderte, para adelantar acontecimientos, valorando que vivir es una suerte como una probabilidad mínima, cómo que te toque la lotería, cuando te hace falta, al final, vivir es un milagro. ¡Gracias Dios! Por estos minutos, horas, días, meses, años que se suceden como una remota circunstancia, que se renueva cada momento, hasta el momento que se deje de renovar.

Por eso disfruto paseando por la calle, mirando, observando a la gente, porque esos momentos son irrepetibles.