viernes, 7 de noviembre de 2008

Cocidito madrileño

La mejor estación para estar en Madrid es otoño, con el viento, el frio y la lluvia, esos días desapacibles que te permiten como ningún otro disfrutar de las tabernitas y los mesones madrileños, esos lugares que hacen a uno disfrutar de la pausa del día, tanto si estás de turismo como si estás trabajando, incluso en paro, ya que se puede comer de menú en muchos sitios un cocido respetable con su vino madrileño también (de Navalcarnero) y con un café, por 10 euros (sin ir más lejos en La Mi Venta, en la plaza de la Marina Española, entre el Palacio Real, la Plaza de España y el Senado, buen sitio).

Aunque también, si se dispone de algo más, todo se puede mejorar, empezando por el vino, que sin desmerecer a los viticultores y vinicultores madrileños todavía nos falta para llegar a tener vinos como muchos de la Ribera del Duero o de Rioja (aunque cada vez, las demás regiones de España hacen vinos mejores, en esto, creo que las Autonomías y las denominaciones de origen han acertado, a mi me gustan mucho los de Toro y Somontano).

Estas tabernas, mesones, bares o restaurantes, según, tienen todos algo en común: un ambiente cálido, una decoración rústica (la madera de las mesas, de la barra, de las vigas debe estar presente), cuadros de bodegones, algún retrato al óleo del dueño (como el padre de los Serrano) y muy frecuentemente pinturas al fresco o en madera en la pared de gran tamaño con motivos taurinos, rurales o históricos oscurecidas por el tiempo y por el humo (que también sigue estando a pesar de una ministra de la que no quiero acordarme), asimismo, nunca faltan las fotos antiguas de Madrid, un Madrid más pobre, pero que en cierto modo nos da nostalgia (un poblacho manchego, como decía despectivamente Azaña, que parecía repudiar todo lo suyo, como muchos actualmente), si un poblacho manchego, con su encanto y con sus olores a pucheros y a las calefacciones de carbón, a las castañas asadas en la calle (que han diversificado su oferta de productos muy gratamente con mazorcas de maíz y otros productos asados de América), también es propio de estos lugares, el camarero castizo, con su chaqueta blanca y corbata, figura que han adoptado también gratamente muchos inmigrantes de Latinoamérica, realzando la calidad del producto con un buen servicio y un buen trato, muy apreciable en general para disfrutar de las comidas o las cenas, como las compañías, la charla, la tertulia, animada habitualmente, pese a la crisis omnipresente, superada una y mil veces por los habitantes de la capital, siempre luchando por vivir mejor, que reposan en estos ratos.

Los licores no se deben echar de menos en estas ocasiones, ya que un buen digestivo ayuda y hace entrar en calor y en armonía con el mundo.

Si se dispone de más presupuesto como decíamos, se puede ir haciendo poco a poco, una ruta por los templos del cocido: Malacatín, La Bola, El Oso y el Madroño, Lhardy, Casa Carola, La Gran Tasca y El Charolés, aunque hay muchos más, muchísimos más, el de mi madre o el de mi suegra o el mío, no tienen nada que envidiar a ninguno, el de casa de Dulsé, tampoco.

Las variantes entre unos y otros, aunque todos lleven sopa de fideos y luego sus garbanzos, son múltiples, cada uno tiene un acompañamiento parecido, pero diferente y su sabor propio.

De los locales de hostelería castizos y tradicionales madrileños, hay que destacar que casi nunca el dueño es de Madrid, aunque lo haya interiorizado, mejorado y adoptado como propio, como casi todo lo de Madrid.

Otro aspecto del Madrid de otoño, aunque se toma todo el año, es el desayuno con churros, si esa masa frita, en forma de anillo que sienta a cuerno quemado, si ese es el maravilloso desayuno madrileño, a mi me gusta.

Y por último, por terminar en algún momento, no se puede pasar un otoño en Madrid sin ir a tomar “las delicias madrileñas” de la Taberna Oliveros, callos a la madrileña en gabardina, si, habéis oído bien, en “San Millán, 4, para comer bien y barato”, un local de cuatro generaciones de asturianos de Madrid, donde también, por cierto ponen un cocido estimable.

Para los tiempos muertos, no es mal sitio el Anciano Rey de los Vinos, en la plaza de Oriente, para el café, en el Café de Oriente, o en el del Nuncio, o muchísimos más, que de estos también andamos sobrados.

En fin, nada de minimalismos, nada de nueva cocina, nada de camareros estirados, nada de remilgos, el Madrid más chachi, más fetén, está por ahí, dando una vuelta al foro, y después a hacer mutis, que con cocido o sin él, a todos nos llega. Un saludo.