jueves, 14 de mayo de 2009

Si quieres ser español

No estoy preocupado, porque en Radio Televisión Española hayan censurado el Himno de España, ni que mientras sonaba, unos cuantos españoles pitaran y exhibieran pancartas en contra de España, después de hacer un viaje por España, para llegar a Valencia, ciudad española, donde se enfrentaban dos equipos españoles, uno de Bilbao, otro de Barcelona, que se disputaban la Copa del Rey de España, al final ganó el mejor, y los segundos recibieron una medalla, con un cordón de la bandera de España, luego los primeros, recibían la Copa de manos del Rey de España. Porque esto es España.

Si no fuera así, si todo el mundo estuviera en conveniente silencio, escuchara el Himno con respeto, aplaudiera al unísono, la televisión estuviera retrasmitiendo impecablemente, sin consignas ni interferencias, es evidente que no estaríamos en España, sería una retransmisión de un evento deportivo estadounidense.

Si después de un partido de fútbol, se hablara de fútbol, sería Inglaterra, si después de un acto institucional, todo el mundo estuviera contento, sería Francia, si después de sonar el Himno, se pudiera sentir la calidez de la confraternidad sería Dinamarca, pero no España.

En España hay que estar cabreado, sentirse indignado con las formas, con el fondo, con la letra o sin ella. En España, si no se habla de lo diferentes que son los vascos y los catalanes, no es España.

Si quiere uno ser español, lo primero que hay que hacer es saberse muy distinto de los demás, de todos, abominar de lo español, de la Historia de España, de todo lo que se mueva, pero sobre todo, del vecino, del que hace ruido, si de ese diferente que no hace el cocido como tú, sí de ese que arrastra las palabras con ese acento tan desagradable y chabacano, entonces, solo entonces, uno se siente español, de pura cepa, pero lo más importante, es no saberlo.

Uno tiene que decir: yo lo primero soy de mi pueblo, de mi peña, de izquierdas o de derechas, de mi estirpe real o ficticia, de mi equipo (que no necesariamente tiene que corresponder con nada, se puede ser antiespañol e incluso nacionalista vasco siendo de Madrid, perfectamente, ¡ojito!), hay que cabrearse con los demás, por todo, y nunca opinar con racionalidad, sino con sentimiento, con eso íntimo que tenemos todos, ese odio al otro incorrecto e incorregible que quiere hacernos más españoles a su modo.

Ejemplos de afirmación identitaria: yo odio la sardana, la butifarra, las sevillanas, las jotas, las gaitas, las fallas, las chapelas, los sobaos, los caramelos adoquines, los callos, el pescaíto frito, los mazapanes, los huevos de Pascua, la paella, la fabada, las papas arrugás, las ensaimadas, las procesiones, a los demás equipos, a todos los políticos, a los curas, a los medios de comunicación, por su puesto a todo el que no le entiendo, pero donde esté el Rioja que se quite el Burdeos, donde esté llevar al fútbol o al campo una tortilla de patata, pero también puedo odiar a la tortilla de patatas y al Rioja por españolista, ¿qué pasa?. Odio el fútbol y los toros, el aperitivo y las bodas, las banderas y los banderines, a los extranjeros, a los turistas, al afilador y al de la cabra, al apuntador y al acomodador, a los flamencos y a los grupos folk, al Mediterráneo, al Atlántico y a la Meseta, al Ebro y al Tajo, pasando por el Duero, a Cervantes y Ortega, odio a Baroja y Unamuno, a los catalanes, a los vascos, a los castellanos, a los murcianos, a los levantinos, a los andaluces, a los asturianos y gallegos, a los canarios, a los payos y a los gitanos, y al que más a ti. Bueno, solo a veces.

Lo verdaderamente español está en la forma de pensar.

Hay naciones infantiles, felices de sí mismas, alegres, hay naciones jóvenes, con ardores patrióticos y con confianza en su futuro, hay naciones maduras que saben de sus fortalezas, seguras de sí mismas y hay naciones, como hablaba Ortega de Andalucía, viejas, cansadas de todo, que viven de recuerdos, y más allá, hay naciones que chochean, seniles, ese es nuestro caso, donde los recuerdos son muy vagos, apenas fogonazos de razón, donde una vez estamos lúcidos y otras no sabemos cómo nos llamamos, encerrados en nuestra casa, apenas para pasear en nuestro entorno inmediato, pero no solo no conocemos a nuestros nietos, tampoco a nuestros hijos, a veces hablamos de muertos como si estuvieran muy vivos.

Pero apenas conocemos lo que ha pasado hoy, el hoy no nos interesa, la pasión no es pasión es cerrazón, desdeñamos lo realmente hecho, tergiversamos los recuerdos para adaptarlos a los recuerdos actuales, no vemos, no oímos, apenas nos importa poco más que nuestro interés pasajero, somos cansinos y egoistas, a veces bondadosos, a veces espléndidos, a veces huraños y tacaños, el futuro no nos importa, el pasado tampoco.

Nos llevan a votar los hijos, pero no sabemos qué votamos, o votamos al más joven y guapo. Nos dormimos un rato, vemos la telenovela de nuestra política y preguntamos al ver a Zapatero, ¿quién es ese?, ah, respondemos sin enterarnos y seguimos durmiendo.

Nos impresionamos por los sucesos ¡Hay que ver!, tenemos miedo a todo ¡qué horror, lo que le pasó al vecino el otro día! ¿cómo se llamaba?, no me acuerdo, da igual.

Tememos al otro, a que nos roben, pero damos las llaves a cualquiera para que nos ayude a abrir el portal, a veces nos sentimos débiles, a veces nos creemos que podemos con todo, bravucones: "cuando tú vas, yo vuelvo".

Pero con los adelantos actuales, con nuestros dolores y achaques, seguimos tirando, años y años, acumulamos medicinas que no tomamos (leyes y más leyes), quizá otros más jóvenes sucumbirán antes que nuestra senil España.

Un día sigue a otro y solo Dios sabe lo que nos deparará el futuro, quizá pediremos un día de estos la Extrema Unción o echaremos al cura de casa, depende de nuestro ánimo. Y cuando nos veamos en el cementerio, pensaremos que no somos nosotros, sino otro, porque sino, quién es el que mira.