lunes, 26 de mayo de 2008

Sobre el derecho al honor II

Tradicionalmente, en la literatura, en el humor gráfico, en el sainete, en el burlesque, en la comedia bufa, se critican estereotipos, incluso a personas transformadas para no ser reconocibles, normalmente usos sociales exagerados, otras simplemente representados y a personas, generalmente poderosas, transformados para ser reconocibles, solo para el iniciado, tratando de evitar, y no siempre conseguido, la reacción del poderoso, si no era suficientemente sutil.

En todo caso, a las personas normales no se las criticaba, ni se hacía escarnio de gente normal, ya que eso, lo hace cualquiera, no requiere valor, ni ingenio, ni nada, sería lo que hoy aborrecemos de los sambenitos inquisitoriales, los capirotes, donde se escarnecían a personas por los usos sociales reprobables bajo una moral rígida moralista e integrista de la Europa medieval y sobre todo moderna. Llegando incluso al castigo físico o la muerte como castigo a una desviación a la norma en los actos, pensamientos o la presunción de los mismos a personas, por parte de la población encauzada a través de una Institución político-religiosa como la Inquisición, en el caso de la Europa Católica, mediante la acusación secreta e impune.

Lo más deleznable de la Inquisición era la acusación secreta, y en los medios actuales, la grabación sin el permiso de los afectados, sin el deseo de hacer público eso de su vida, a veces sin su conocimiento. Con la capacidad de cualquiera de hacer público y conservar tu imagen y hacerla pública cuando quiera y a través de medios tan grandes, tan poderosos y tan influyentes que se hacen inabarcables para un individuo corriente.

En cambio, la crítica a los poderosos y a los malos usos sociales, aunque aceptados, se criticaban a través de estas creaciones literarias, cuando no era posible hacerlo públicamente, se recurría privadamente por medio del chiste, o el refrán, expresando, a veces pensamientos positivos, otras totalmente deleznables, al igual que determinadas obras literarias. Haciendo de la posteridad, de la gloria, quien juzgara las obras conservables y admirables.

El caso actual es que mediante la personalización, con fotografías, grabaciones, medios de masas que se conservan y se pueden reproducir y manipular hasta el infinito, incluso con nombre y apellidos, se ha hecho este escarnio público a personas honorables y no tan honorables (pero que en democracia tiene sus derechos como los demás) por el simple hecho de no caer simpáticos a los presentadores, a los periodistas de sociedad convertidos en inquisidores, o a los editores, o por el simple hecho de rellenar espacios en los medios.

Y al igual que al ludópata, se le puede inhabilitar judicialmente para la administración de su patrimonio, igualmente a aquellos que dilapiden su honor y su imagen, por el hecho de vender sin control, ni cabeza su imagen, si así se demostrara.

Pero salvaguardando la libertad de expresión, basada en la crítica del poder, de los malos usos sociales, de las malas prácticas de los poderosos. Siempre respondiendo a la responsabilidad de los administradores del poder (ejecutivo, legislativo y judicial), en primer lugar y luego los demás, también el cuarto poder, pero con libertad, y sólo puntualmente limitarlo si va contra las demás leyes, y contra los derechos humanos, como ocurre cuando se ataca el honor, intimidad y derecho a la buena imagen de personas, que actúan en la legalidad.