viernes, 6 de febrero de 2009

La vida tranquila

Sentado en el quicio de una agencia de viajes en la calle Princesa, Arturo leía libro tras libro, de vez en cuando, levantaba la vista y sonreía para sí, pensaba dónde irán estos y estas con tanta prisa, ilusos, van corriendo a sus trabajos creyéndose los reyes del mambo, cuando la vida es tan frágil, que mañana mismo, puede cambiar.

Arturo había aprendido esa lección hace tiempo, cuando se divorció, empezó a beber más de la cuenta, con la pensión que tenía que pasar a su mujer no le llegaba para vivir, en la empresa donde trabajaba, al descubrir que llevaba semanas durmiendo en la oficina, le despidieron de inmediato, y pasó a vivir en la calle, con cartones, con todas sus propiedades encima, que cada vez pesaban más, y que muchas se las robaban en un descuido, al final, las cosas no tienen importancia, todo empezó a ir bien el día que dejó de beber demasiado, solo un porro de vez en cuando y algún litro, pero nada más.

Todas las mañanas se va a un baño público, que aunque la gente que pasa por la calle lo desconoce, sigue habiendo, de hecho cada vez va más gente, recién duchado, y vestido con lo más limpio que encuentra se va hacia su puesto en la vida, que consiste en pedir como quien no quiere la cosa, sin prestar atención en la calle, mientras lee, lee, lee, muchas novelas de aventuras, policiacas, lo que sea, lo que le produce gran placer, con lo primero que le dan, desayuna en una bar del barrio, el más guarro, el único donde le sirven, hay que ver cómo algunos que se creen buenas personas se comportan con un perro callejero como él, pero también era él así, es normal.

Para comer cuando hay recaudación, en el mismo bar, cuando no, hay que ir a la parroquia, a la que no le gusta ir, porque juntarse con tanta gentuza no gusta a nadie y la pérdida de tiempo, y a veces, tener que pelearse, los borrachos, son lo peor, las conversaciones son absurdas, los drogatas no son de fiar y a los extranjeros no se les entiende y cuando pueden te roban, cabrones.

Leyendo todas esas novelas, uno ve lo dramáticas que son algunas vidas, mientras la suya fluye tranquila, qué paz, nadie te da la murga, nadie te habla, nadie te mira, si acaso, te ven, pero no te miran. Pobrecillos, piensa Arturo, cuántos problemas tienen, qué caras más congestionadas, cuando se fija en los que pasan.

Cuando le habla alguien de la crisis, él no sabe qué contestar, la verdad, es que se compadece de toda esa gente con problemas, no como él, con la vida tranquila.