miércoles, 21 de mayo de 2008

Cambio de tercio

Usando la expresión taurina, voy a cambiar de tercio, dejando al PP un rato y continuar con una serie de artículos que se basan en denunciar injusticias en España, que son muchas más de las que creemos. En las anteriores, he hablado de la situación de la mujer en el trabajo (titulado Ministerio de Igualdad, el 17 de mayo), del terrorismo y las víctimas (el 3 y el 7 de marzo y el 18 de mayo), del trasvase (21 de abril).

Hoy quiero hablar de un tema controvertido y difícil de solucionar, yo voy a poner mi opinión sobre el maltrato y asesinato de mujeres en el ámbito de pareja, familiar o doméstico.

Nos encontramos con cuatro situaciones que por desagradables y repudiables, no dejan de ser tristemente frecuentes y que obviamente, no deben dejar a nadie indiferente:

1- Maltrato continuado o esporádico de mujeres por parte de sus novios o maridos o ex.
2- Asesinato y agresiones con intención homicida de las mujeres por parte de sus parejas o ex-parejas.
3- Violaciones de mujeres y niñas en el ámbito familiar.
4- Violaciones de mujeres y niñas fuera del ámbito familiar.

Bien por un lado tenemos el caso tipo primero, por un lado, la víctima que suele tener unas características más o menos similares: mujer que ha tenido una sola relación sentimental o muy pocas, sale desde muy joven con su agresor, con una educación familiar muy machista (sobre protección, violencia verbal y física, limitación evidente de libertad) y donde no pocas veces, la madre ya era una mujer maltratada, como poco desconsiderada y maltratada psicológicamente. El agresor, un individuo, escasamente preparado intelectualmente (que no quiere decir que no tenga estudios medios o superiores), de pronto violento, muy similar en sus reacciones a la reacción infantil o adolescente frente a la frustración, no asumiendo su responsabilidad, la achaca a su mujer, a la falta de dinero, al jefe y lo paga permanentemente con su mujer o novia. No es infrecuente, que beban alcohol en exceso o consuman drogas, ya que no tienen los límites sociales o familiares que la gente normal suele tener.

El segundo caso, la sensación de pérdida del poder, les obliga en la mente socialmente deformada del agresor a perjudicar a la víctima, como acto final de su poder, mantenido como una sensación de propiedad, o para ellos o para nadie. Directamente no asumen las consecuencias de sus actos, eludiendo su responsabilidad, y cuando los asumen, se intentan suicidar, pero al ser individuos cobardes y egocéntricos, muchas veces es una farsa, otras como deseo de evitar las consecuencias. Muchas veces se ven a sí mismos como víctimas, pero no es más que producto de su deformación, de no asumir su propia responsabilidad en su vida.

En el tercer caso, son el mismo perfil del tipo primero, pero con una perversión libidinosa, con la cobardía de los segundos, suelen esconderse ante todos, queriendo parecer respetables en su iniquidad, como los primeros, con la coacción a la víctima mediante la amenaza de muerte.

En el cuarto caso, lo que encontramos es al tercer caso pero con la personalidad violenta y brutal del primero y con la deformación social del segungo tipo. Con consumo de drogas y alcohol en exceso, pero con las características asociales del delincuente común.

En todos los casos, encontramos en el agresor un sujeto, incapaz de afrontar la dureza de la vida positivamente, con un complejo de inferioridad evidente, en todos los casos, con pocas facultades intelectuales (con escasa inteligencia emocional y social), con escasa capacidad de afrontar las consecuencias de sus actos. Con una egolatría enfermiza, sin asumir su rol real. Por ello, cree que son los demás quien le provocan, y le inducen a comportarse así. No obstante, no están exentos de arrepentimiento, cuando se calma su impulso negativo, por ello, se comportan a veces, como niños malos que buscan cariño y consuelo, buscan también su redención externamente.

Bien, y todo esto, cómo podríamos evitarlo, pues en mi opinión tenemos varias vías: por un lado, una detección temprana de estos comportamientos, podría ser combatida con formación humana y facultativa específica de psicólogos y psiquiatras, por otro lado, una coacción alta, mediante represión dura de estas conductas (penas altas, incluso en menores), en el ámbito familiar una coacción grave, mediante castigos adecuados y ejemplarizantes, en el caso de que su padre fuera previamente agresor, que vieran las consecuencias de sus actos.

Asimismo, creo muy importante la educación en el ámbito escolar reprobando y enseñando la gravedad de estos actos y sus consecuencias (cárcel, oprobio público, rechazo social). Enseñando a las víctimas potenciales a evitar este tipo de sujetos desde el primer momento.

Y en el caso de los ya irrecuperables, penas perpetuas, o con seguimiento y limitación de sus derechos ciudadanos de por vida. Marcarles judicialmente y policialmente para que no puedan repetir continuamente con el simple hecho de cambiar de residencia. Creando alertas, en el momento de desaparecer y al igual que los ludópatas no pueden entrar en casinos y bingos, estos sujetos no puedan andar libremente y anónimamente por la calle. Coacciones sociales que al igual que le sambenito inquisitorial, hicieran poco atractivo cometer actos de este tipo.